El invierno pasado mi abuela tiró sus últimos recuerdos, recuerdos pesados, duros, tristes y viejos, tiró aquellas piedras que fueron su casa, y la de su padre, y... salvo al ayuntamiento, a nadie molestaba...
Ayer visité su pueblo. Un pueblo casi perdido entre los muchos del Valle del Guarga. Tierra del Serrablo, LAGUARTA, paraíso en la sierra, monte frío, triste y en gran parte abandonado, por real orden del Estado. Y fui, porque aunque atea, su Iglesia me hechizó siempre. Allí, entre la historia, las leyendas y las tumbas medievales permanece siempre solitaria y abandonada y yo no lo entiendo. No lo entendí cuando fui a Sigüenza, vi su Doncel, y reparé en que en mi perdido pueblo había algo bien semejante al cual nadie dio nunca importancia alguna.
Ni tan siquiera ahora, que como envejecida fe, sus piedras irán cayendo y estás sí darán a camino público, de todos, pero me temo, que estas no molestarán lo suficiente como para hacer verter una sola lágrima de abuela vieja si le llega un ultimátum para poner remedio a sus goteras, a sus peligrosas piedras, .... Para los obispos una más de aquellas que esparcidas por el tiempo no se llenan , no rentan, no son notables. Tan solo cuenta con 4 siglos a sus espaldas, ésta no, no es románica. Es joven. Sus muros solo datan de un cercano 1669.
Y dentro es guardiana de tumbas, nobles, fabuladoras, tesoreras de historia y de heráldica, de legendarios señores, infanzones osados y virtuosos letrados. Que embellecieron sus tumbas con moles de piedra, mostrando orgullo por su linaje y, quien sabe, ¿tal vez pensaron que, como osada yo, aquello era arte!
Ayer visité su pueblo. Un pueblo casi perdido entre los muchos del Valle del Guarga. Tierra del Serrablo, LAGUARTA, paraíso en la sierra, monte frío, triste y en gran parte abandonado, por real orden del Estado. Y fui, porque aunque atea, su Iglesia me hechizó siempre. Allí, entre la historia, las leyendas y las tumbas medievales permanece siempre solitaria y abandonada y yo no lo entiendo. No lo entendí cuando fui a Sigüenza, vi su Doncel, y reparé en que en mi perdido pueblo había algo bien semejante al cual nadie dio nunca importancia alguna.
Ni tan siquiera ahora, que como envejecida fe, sus piedras irán cayendo y estás sí darán a camino público, de todos, pero me temo, que estas no molestarán lo suficiente como para hacer verter una sola lágrima de abuela vieja si le llega un ultimátum para poner remedio a sus goteras, a sus peligrosas piedras, .... Para los obispos una más de aquellas que esparcidas por el tiempo no se llenan , no rentan, no son notables. Tan solo cuenta con 4 siglos a sus espaldas, ésta no, no es románica. Es joven. Sus muros solo datan de un cercano 1669.
Y dentro es guardiana de tumbas, nobles, fabuladoras, tesoreras de historia y de heráldica, de legendarios señores, infanzones osados y virtuosos letrados. Que embellecieron sus tumbas con moles de piedra, mostrando orgullo por su linaje y, quien sabe, ¿tal vez pensaron que, como osada yo, aquello era arte!
Si una vez un osado Villacampa venció a un oso con tal valor cuerpo a cuerpo que ante San Urbez definió así la Osadía, espero que sea capaz de levantarse bravio e impedir que una sola de esas piedras toque nuestro estrecho camino. Pido yo un diezmo al obispo para que no ose que se caiga, seguro que hasta este siglo, más de uno en mi pueblo recaudaron, seguro.
“Publicado en Heraldo de Aragón, 17/07/2004”
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